Unas vacaciones en un lugar insólito o paradisíaco pueden ser un gran recuerdo para esos momentos en los que nuestro trabajo nos absorbe y palidece nuestra alma sumiéndola en la rutina.
Ese recuerdo muchas veces aparece delante de nosotros con las fotografías que nos traemos de aquellos sitios que nos provocaron cosquillas en la boca del estómago o de aquellos momentos en los que sucedió algo especial y maravilloso. Nos traemos empaquetados en imágenes, ahora digitales, paisajes, colores y sensaciones que nos despiertan sonrisas solitarias en un vagón de metro, nos hacen erizar el bello sentados delante de la pantalla del ordenador o hacen que entremos en los mundos de «Babia» en plena reunión de grupo de trabajo.
Muchas veces pensamos que da igual la calidad o enfoques de las fotografías que nos traigamos, pues los recuerdos son tan fuertes que nuestra mente traspasa la fotografía y dibuja el recuerdo de forma inmediata en nuestros ojos. Aquella fotografía se convierte rápidamente en un vídeo del recuerdo de aquel instante. Yo sin embargo soy de los que piensa, que prestar un poco de atención sobre las fotografías que nos traemos, nos hace además de ver cosas en aquellos lugares que de otra manera nos perderíamos, disfrutar un poco más de esos momentos.
Buscamos con la cámara: sensaciones, colores y paisajes y muchas veces somos capaces de reconocerlos e imprimirlos con las cámaras en nuestro baúl digital.
Esto nos hace disfrutar un poco más de nuestros momentos, permanecer más en aquellos sitios que merecen la pena y no dejar escapar la mariposa que nos dará energía al encender nuestro ordenador cada día de uno más.
¡Felices vacaciones…y felices recuerdos!